Chicas del 17
En la segunda parte de Don Quijote…, para deshacer el hechizo que metamorfoseó a Dulcinea en una machorra tosca con aliento a ajo y que monta a la jineta en su pollino, la única manera es que Sancho se autoflagele con varios cientos de azotes. Ante la reticencia de su escudero por poner el lomo para realizar el exorcismo, el caballero de la Triste Figura completa su demanda con la reflexión: “no se pueden pescar truchas a bragas enjutas”. Quien pescar quiera deberá mojarse los pantalones y más: el que quiere celeste que le cueste. Sin esfuerzos no hay logros; máxima explicitada en carteles en gimnasios ahora con la consigna en inglés: No pain no gain (sin dolor no hay ganancia).
Contemporáneo de Don Quijote… leemos en Macbeth (1:7) que, cuando éste duda de asesinar a Duncan, su esposa lo increpa diciéndole que no se justifique “como el pobre gato del cuento”; Lady Macbeth alude al adagio latino catus amat pisces, sed non vult tingere plantas (el gato querría comer pescado y no mojarse las patas). Ejemplo semejante, aunque elíptico, le insinúa, un siglo antes la Celestina a Pármeno (La Celestina acto 7): “Pues es menester que ames si quieres ser amado, que no se toman truchas…”
La idea de la ganancia o logro relacionada con la pesca, está asociada a la prédica de otro famoso pescador, ahora salvador de almas, el de Galilea, leemos en los Evangelios que Jesús pide a sus discípulos que dejen de pescar peces y se consagren a pescar hombres: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. (Mateo 4:19). Y de allí, la alegoría que vincula al Sumo Pontífice con un pescador, relacionada con la figura de San Pedro, el primer Papa según la tradición cristiana que, antes de ser discípulo de Jesús, era pescador en el mar de Galilea, en realidad un lago ─si bien el Mar de Galilea es de agua dulce, ignoro si en él hay truchas, pero los pescadores también se mojan las bragas─. De allí sobreviene, el simbolismo del Anulum Piscatoris (anillo del Pescador) sortija usada por el Papa quien, como sucesor del apóstol san Pedro, es la máxima autoridad de la Iglesia. Su nombre se debe al oficio del apóstol San Pedro. El Anulum Piscatoris tiene la imagen de san Pedro pescando en un bote, bordeado por el nombre del Sumo Pontífice que ocupa la sede en ese momento.
Esta prédica, entre otras razones, hizo que la silueta estilizada de un pez pasara a ser la señal secreta usada por los paleocristianos para identificarse, cuando esta religión era ilegal en el imperio romano. La imagen, compuesta de dos arcos unidos por el extremo izquierdo formando una mandorla ─contorno en forma de almendra, usado en el arte bizantino para encuadrar imágenes sacras─ en disposición horizontal y cruzados por el derecho, es el esbozo muy estilizado de un pez. El término adecuado para definir esta figura (mot propre) es isotipo ─no registrado por la RAE, que utiliza el inadecuado “logotipo”─, pero no estaba acuñado en los años previos al edicto de Milán (313 de nuestra era) cuando, por orden de Constantino I, cesó la persecución de los seguidores de la fe de Cristo en todo el imperio. Así fue entronizada la imagen del pez como una de las primeras alegorías del cristianismo, en razón de que una de las lenguas utilizadas para transcribir la Biblia fue el griego; en griego “pez” se dice “ichtus”, que resultó ser el acrónimo de Iesus Christos Theou Uios Soter (Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador).
El acrónimo ICHTUS, fue como isotipo, uno de los hallazgos publicitarios más importantes de todas las épocas, me he pregunto si la sobrevivencia de veinte siglos de la teocracia absolutista y no hereditaria más importante e influyente de la historia ─el papado vaticano─ no se debe a este revolucionario y temprano éxito de marketing. Aunque hoy, en un mundo donde penan las ánimas por motivos más terrenales, el isotipo ICHTUS hoy cuasi cayó en el olvido; relegado frente a dos rivales famosos y televisivos: el swosh de Nike y la manzana mordida de Apple ─de netas connotaciones bíblicas: el mordisco de Adán al fruto del conocimiento del bien y del mal; mordisco que, desde entonces, la humanidad tiene atravesado en la garganta.
Ahora, pescador ha sido considerado un oficio masculino, ¿qué pasa con el bello sexo? ─y que las feministas me crucifiquen en el Gólgota de la corrección política entre dos políticamente incorrectos ladrones─, históricamente explotado, sometido o relegado. La mejor respuesta que me acude es la picaresca letra de La chica del 17, cuplé estrenado hace casi un siglo, pegadizo y cargado de un doble sentido que enmascara una crítica social mucho más seria. La historia de la letra es deliciosa: la chica del 17, de la plazuela del Tribulete, anda siempre hecha una pinturita y bien lookeada.
De la bella del diecisiete sabemos que lleva zapatos de tafilete, sombrero de gran copete y abrigo de pedigrí, guantes de cabritilla y medias de seda con espiguilla; por eso vecinas y vecinos chismosos se preguntan “dónde se mete y de dónde saca, pa’ tanto como destaca”; la respuesta de la Chica del 17 nos remite a Macbeth, La Celestina, y el Quijote: “la que quiera coger peces que se acuerde del refrán”. Nadie se pregunta las razones del éxito de la protagonista, visible en su aspecto, sino que prefieren ocultar su envidia a través de preguntas insidiosas ─y la envidia es pecado capital─, pero no indagan en el esfuerzo para obtener resultados. Si alguien desea algo o busca un logro debe tener presente las palabras de la Celestina “es menester que ames si quieres ser amado que no se toman truchas…”, y de esto dan fe científicos, filósofos y artistas; quien desea algo con vehemencia, le cuesta.
Las chicas del diecisiete, han proliferado a lo largo de la historia, brujas o poetas, científicas o artistas, sabias o putas, rebelándose contra tocas, hábitos monjiles, velos y burkas fundamentalistas; siempre blancos visibles para preguntas como las que acosan a la protagonista del cuplé; pero protegidas por las nueve musas y dejando su huella indeleble en la historia de la humanidad: la manzana mordida del isotipo de Apple.
Las chicas del diecisiete han luchado, y luchan, contra la violencia machista, el medio y la maledicencia, ahora en rebeldía contra las feroces arremetidas de retrógrados ultramontanos libertarios. En esta desigual contienda, parafraseando la milonga Se dice de mí ─imprescindible, escucharla en la versión de Tita Merello─ “a más de un gil dejaron de a pie”.
Es cierto también, que en esta contienda, la chicas del diecisiete no necesariamente son solidarias entre sí, es más, a veces suelen estar en trincheras opuestas. Dos chicas del diecisiete de nuestra historia dan prueba de estas contiendas: Eva Perón y Victoria Ocampo.
por Danilo Albero