De cronônimos, aná y katá
La relectura de un pasaje de Anábasis de Jenofonte: la retirada a través de 1500 kilómetros de tierra hostil en Persia, la llegada de sus tropas al mar, camino seguro a la patria y el grito que resuena a lo largo de los siglos ¡Thálatta! ¡Thálatta!, (¡El mar! ¡El mar!), me hizo navegar por diccionarios y la Web para descubrir los significados y derivas literarias de anábasis y catábasis. La singladura me llevó a un sustantivo en portugués que desconocía: cronônimo (calendario o nombre con el que se definen eras, épocas o períodos históricos).
En la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, capítulo XXII: “Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha”, leo que el de la Triste Figura, descolgado con una cuerda, desciende por un socavón a la cueva de Montesinos. Pasado un tiempo prudente, Sancho y el primo, angustiados por no recibir respuestas a sus tironeos, lo suben y rescatan a nuestro héroe profundamente dormido, lo despiertan y éste pregunta cuánto tiempo ha estado bajo tierra, “poco más de una hora”, responden. Don Quijote contesta que no es posible, porque antes de caer en un sueño profundo, agotado por sus experiencias, han pasado tres días, y les cuenta de esas jornadas donde se ha encontrado y convivido con Montesinos, personaje de la épica caballeresca con el cual nuestro héroe se identifica.
Veinticuatro siglos antes que Quijada o Quesada o Quijana, alias Don Quijote, Ulises descendió al Hades en busca de Tiresias para que éste le aconseje e ilumine acerca de su regreso a Ítaca; y siete siglos después de Ulises, la Sibila de Cumas recibe a Eneas y lo guía en su descenso al inframundo, donde el espíritu de su padre le hace partícipe de su destino, que ha de ser la fundación de Roma. Mucho antes que Ulises, Gilgamesh, rey de Uruk, desconsolado por la muerte de su amigo Enkidú, se sumerge en las aguas de un lago en procura de la inmortalidad.
En todos estos casos, los viajes han sido en demanda de una anticipación del futuro o de trascender: la inmortalidad, Gilgamesh; llegar a su patria, Ulises; la fundación de Roma –ciudad eterna–, Eneas; entrar al panteón de los héroes de caballería, Don Quijote.
El innato deseo humano de conocer el porvenir o buscar la inmortalidad aparece desde los orígenes de la mitología y la literatura, y este saber ha demandado un descenso al inframundo (y a veces un pacto con alguno de sus señores) a la búsqueda de información y conocimientos; a este viaje los griegos lo bautizaron katábasis (katá en griego antiguo “bajo o hacia abajo”), en español “cata” forma, como prefijo, parte de muchos vocablos que valdrá la pena revisar. Siempre relacionando términos, una katábasis se realiza en busca de una nekuia o invocación al espíritu de los muertos.
Culminado el diálogo, en el inframundo,a la katábasis sigue el regreso al mundo de los vivos y aplicar las enseñanzas; este ascenso es una anábasis (crecer, subir, remontar).
Trescientos años después de Ulises, Jenofonte, filósofo, militar y fino narrador, escribió su Anábasis (también conocida como La expedición de los diez mil), primera crónica de guerra conocida. En ella, relata las peripecias de los mercenarios espartanos que acompañaron a Ciro el Joven, en su fallido intento para destronar a su hermano Artajerjes II y el posterior regreso a casa; el título refiere a un “ascenso” desde el interior de Persia, en la ruta del sol poniente, buscando el camino a casa, y a mí a indagar en vocablos relacionados.
Dos términos literarios derivados de anábasis: catáfora y anáfora, en ambos casos “fora” viene del latín foreo (transportar, llevar, mover) y da origen a una prolífica familia de términos. Catáfora es la relación de una palabra o frase con una idea que desarrollaremos a continuación, i.e.: “éstos serán los próximos pasos que deberemos dar”. Anáfora puede ser la repetición de una idea, con las mismas o diferentes palabras, o un mensaje o relato que alude a un suceso anterior, no enunciado hasta el momento, i.e.: “ahora pagaremos las consecuencias de nuestras actitudes”.
En el reino animal existen peces anádromos y catádromos (dromos, carrera o camino), los más conocidos de los primeros, los salmones, nacen en ríos, hacen su catábasis y descienden al mar donde se desarrollan, de adultos, vuelven a remontar el mismo río para llegar al lugar donde nacieron para reproducirse; culminan su período vital con una anábasis. Las más conocidas de las especies catádromas son las anguilas europeas, nacen en el Mar de los Sargazos, llevadas por corrientes marinas remontan a los ríos donde nacieron sus padres, allí crecen y se desarrollan hasta que llegan a la edad de merecer, entonces realizan su catábasis y regresan por los cauces fluviales, al Mar de los Sargazos para reinician el ciclo vital de la especie.
Los humanos formamos parte del reino animal y también tenemos un origen y desarrollo en un líquido amniótico remontado al momento en que fuimos concebidos y de allí hasta nuestro nacimiento. Como tales, somos, en sucesivas etapas, anádromos y catádromos.
¿Qué otra cosa son nuestros procesos de aprendizaje y creativos, nuestra vida? Crecemos, nos nutrimos de conocimientos y los digerimos, con ellos engendramos nuevos impulsos vitales: hijos, ideas y proyectos, obras. Para eso, muchas veces, volvemos sobre nuestro pasado y experiencias en busca de ideas o saberes cuasi olvidados para remozarlos y seguir avanzando.
Es lo que acabo de hacer, antes de empezar la anábasis de estas líneas, realicé mi catábasis y me sumergí en estantes en busca de lecturas pretéritas para recuperar historias; buceé páginas de diccionarios buscando familias y analogías de palabras.
Idas y vueltas, ascensos y descensos, con relatos y palabras que me llevaron a épocas tan lejanas como diferentes, definidas con, arcanos de la lengua, un vocablo: cronônimo, que existe en portugués según el Diccionario Aurelio brasileño y el Priberam da Língua Portuguesa pero no en nuestro idioma, inglés o francés.
Es una pena porque necesitamos varias palabras para definirlo.
Danilo Albero
